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Certamen literario "El Conflicto" - relatos ganadores

LA REINA TIQUIS MIQUIS

Érase una Reina que era tan estirada ¿Sabes cómo era? No, ¿No lo sabés? Pues te lo diré yo: era como el palo de tu escoba.
Un buen día, la Reina estaba paseando con su perra, ¿sabéis como era su perra? ¿No lo sabéis? Pues os lo tendré que decir yo: tenía el cuello tan estirado como una jirafa, su pelo era tan suave que daban ganas de estar todo el día acariciándolo, era muy delgada y su mirada era tierna y ququi, pero cuando se topaba con algo que le daba asco hacía: “Guff” “Guff”.
Ese día las dos iban paseando y de repente se encontró con una rata asquerosa y como siempre hacía hizo: “Guff”, “Guff”, “Guff” y “Guff” y la rata le respondió: “Ña”, “Ña”, “Ña”, “Ña”. Que en el idioma de la rata significa: “Yo soy más guapa que tu” y la perra respondió: “Guof” “Guof”, ”Guof” y mientras hacia este sonido su cuerpo se movía agitado como queriendo decir: “Yo soy la más guapa de aquí”. ¿Sabéis cómo era la rata? Tenía una chepa gigantesca y unos dientes enormes y no muy afilados, su pelo era áspero y muy despeinado, parecía que sus ojos tenían moho.
La Reina y dueña de la perra se alarmo al escuchar el escándalo que estaban haciendo la rata y su perra y ¿Sabéis lo que hizo de la Reina? Os lo contaré yo: Cogió su teléfono móvil y empezó a grabar todo el escándalo que estaban montando su perra y la rata y lo envío a la policía. La policía acudió corriendo al lugar donde estaba el escándalo y uno de los policías dijo: “Nañi. ¿Por qué te has ido tan lejos?” y al instante la Reina dijo: “Qué encarcelen a la rata” y el policía dijo: “No, no encarceles a mi Nañi” y la reina le respondió: “¿Qué Nañi, ni qué Nañi? Esa rata de cloaca ha asustado a mi perra, me ha asustado a mí y ahora quiere que no la encarcele. Buena idea la meteré en una jaula”.
¿Sabéis por qué quería la Reina meter a la rata en una jaula?. ¿No? ¿No lo sabéis? Pues os lo diré yo: Porqué como hoy la rata se había puesto en su camino quería evitar que la rata pudiera toparse otra vez con ellas. Y ahora os voy a explicar por qué la Reina odia todo lo que es feo. Resulta que cuando ella era pequeña estaba caminando con su madre y de se topó con un aguilucho, el aguilucho era un poco feo y a ella le importo. El aguilucho empezó a gritar: “Hia” “Hia” “Hia” y entonces apareció la gran águila imperial que era su madre. Se abalanzó sobre la antigua Reina y su hija y atrapo a la pequeña princesa y la levanto por los aires y la tiro a un lago helado. Y desde aquel día la Reina odiaba las cosas feas porque temía que esas cosas feas pusieran en peligro su vida y la de su familia.
En fin, volvamos a la disputa del parque. El policía dijo: “Nadie va a meter a mi rata en una jaula”.entonces el policía le explico a la reina que su rata antes era suave, cariñosa, intrépida, le brillaba su pelo marroncito, sus dientes era fuertes y corría muy rápido, pero Nañi se hizo mayor y como toda su especie cundo se hacen viejos, tienen poco pelo, ya no corren tan rápido y su pelo no es tan suave.”
Entonces la reina comprendió que no había que encerrar a ningún animal por ser feo.
Y todos vivieron felices tal y como son.
FIN
Firmado: Capibara (Teresa Cid-2º EP A)


EL FIN DE LA GUERRA

Las olas de Normandía chocaban contra las cubiertas de los barcos aliados. Mientras, los alemanes esperaban impacientes a que los barcos aliados atacaran.
Los alemanes vieron las lanchas de desembarco yendo hacia las orillas de la playa francesa. Abrieron fuego. Las ametralladoras rugían alcanzando a las lanchas y a los soldados aliados.
Murieron miles de soldados corriendo por las playas hasta que pudieron resguardarse de las balas. Corriendo y corriendo cargados con rifles en bolsas de plástico chapotearon hasta llegar a la orilla, donde para muchos fue su fin. Llegaron a las rocas donde estaban resguardados. Pasó un tiempo hasta que casi todos estuvieron en las rocas. Luego siguieron corriendo por el monte hasta llegar a las ametralladoras. Los capitanes gritaban, las granadas volaban, las balas chocaban contra los soldados aliados, pero tantos sacrificios sirvieron para que las tropas aliadas pasaran por Francia.
Así es como empezó la liberación. Normandía solo fue el comienzo en Francia, pero los aliados ya habían desembarcado antes en Sicilia. Y habían empezado la liberación de Europa. Poco a poco se fue liberando Francia hasta la capital. París se liberó. El 30 de abril de 1945, Alemania se rindió.
Pero esta Segunda Guerra Mundial dio paso a otras guerras, como la de Gaza, Siria, Ucrania… Y quiero que aprendamos de los errores del pasado y que nos unamos para conseguir la paz.

FINROD FELAGUND – Darío García (4º EP A)


EL GRAN CONFLICTO

Un hombre estaba tendido en el suelo, boca arriba, con los ojos abiertos de par en par. Victoria Fernández estaba abrazada a su cuerpo inerte, llorando. No, no, no, no, no, despierta por favor, despierta,despierta. No va a despertar, dije sobresaltándola, ha caído en esta guerra como tantos otros, ese traidor está acabando con todos nosotros. En ese momento, escuché un ruido detrás de mí. Nunca olvidaré la imagen de aquel encapuchado apuntándome con su pistola…

17 de marzo de 3003. Iba hacia la bolera, allí me reunía con los demás, como todos los sábados a las 11 de la noche. Al llegar a la puerta les encontré esperándome. El dueño nos abrió la puerta y nos sentamos en las mesas de siempre. Ianis, el jefe, me lanzó un periodico desde la otra punta de la mesa, el título era: Nuevo ataque nuclear en Méjico D.C. Y ponía: Estados Unidos vuelve a entrar en acción, sus aviones han bombardeado Méjico dejando tras de sí 1.100 muertos y 1.500 heridos. Va a haber que hacer algo, ya han dejado casi KO a China, dijo Ianis.

En ese momento llegó corriendo un joven encapuchado. Iván, llegas tarde, dijo Ianis. Lo… lo siento jefe, mi madre se empeñaba en que tenía que fregar y… Ya es suficiente, dijo Ianis, lee el periódico! Ivan leyó la noticia con sorpresa, ¡Dios mío! Ya ves, dijo Ianis, España entrará en guerra seguro, el PSOE no es que se lleve muy bien con EEUU después del conflicto con Donald Trump. Seguimos hablando del tema hasta las 4 de la mañana. Ya está bien por hoy, dijo Ianis, ¡todo el mundo a su casa!

El sábado siguiente no hubo reunión en la bolera. Ese día los estadounidenses nos declararon la guerra, y toda la pandilla teníamos planeado ir a exhibir nuestras banderas e insultar un poco a Estados Unidos por las calles de Madrid. Después de media hora caminando, nos encontramos con una pandilla de hombretones estadounidenses con sus banderas colgadas del cuello. Corred a esa esquina, que esos idiotas no os vean, dijo Ianis. Todos corrimos hacia la esquina. Chiques: en mi mochila tengo algún arma, pero solo las utilizaremos si los desmembrados de ahí atrás nos atacan, si no, pasamos de largo y nos vamos a protestar por Sol ¿Ok? siguió Ianis. Pasamos cuidadosamente a su lado, pero no tuvimos suerte, los americanos se nos echaron encima nada más vernos. Vi como un pelirrojo fortachón me veía y se dirigía hacia mi. Me asestó un buen golpe en la cabeza, y ya se preparaba para darme otro, así que grité: I shit on the milk! Eso desconcertó tanto al hombre que se le detuvo el puño en el aire. Aproveché para darle una patada en la espinilla, tan fuerte que el tío cayó al suelo dando un alarido de dolor. Entonces saqué mi arma y le apunté. Los coches de policía irrumpieron en la plaza como una exhalación y detuvieron a los pandilleros. Al chaval pelirrojo todavía se le podía ver a través de la ventanilla del coche preguntándose: ¿I shit on de milk? ¿I shit on the milk? ¿What?
De repente un poli con metralleta y una cara a lo Freddy Krueger se nos acercó y nos preguntó: ¿de dónde demonios habéis sacado las armas? En ese momento todos pensamos lo mismo: ¡A correr! Salimos pitando y Freddy empezó a disparar como si no hubiera un mañana. Huímos todos menos Ianis que nos cubrió y acabó en manos de la policía medio muerto.

Decidimos ir hacia la sierra. Pero para llegar hasta allí necesitábamos un buen vehículo. Victoria Hernández, la mejor amiga de Ianis nos propuso ir a su casa. No quedaba lejos y allí tenía una furgoneta a medio hacer. En la madrugada del cuarto día nos despertó el padre de Victoria y nos enseñó la furgoneta: era magnífica, grande y de un color gris que no llamaba mucho la atención. Salimos rápidamente y hora y media después llegamos a nuestro destino, una casa en lo alto de una montaña. Un joven nos salió al paso con una pistola en mano y dijo: ¿Quiénes sois? Somos amigos de Ianis, respondió Ivan. Ok podeis pasar. Dentro de la casa nos esperaban otros de la banda: Luis, su hermano Felipe, Bruno, Matias y Adrián, el papamoscas. ¿Os habéis enterado ya de la noticia? ¿Qué noticia? El tío que parecía Freddy Krueger resulta que es el general del ejército y ayer dio un golpe de estado, se cargó al presidente y ha cedido el gobierno a los Estadounidenses. Pero aún resistimos. Sí anda, dijo Ivan, cuatro tíos esmirriaos y uno con la boca más grande que su cabeza resisten al ejército Estadounidense y al Español juntos, no me hagas reir. Eh, no estamos solos, ¿sabes? se ha creado una nueva república, su base está bajo tierra, en esta montaña, hay una entrada secreta en el bunker,
¿quereis uniros? Ni Ivan ni Victoria se lo pensaron, pero yo no estaba tan seguro.
¿Eres un cobarde?, no te vamos a obligar, pero si no te unes, ya puedes largarte.

Al día siguiente fuimos a hacer las pruebas para ser militares republicanos. A Ivan y a mí nos mandaron a Burgos al ejército de tierra. Sin embargo, a Victoria le nombraron nuestra capitana. Estaba muy bien entrenada. Después de numerosas batallas Ivan y yo nos hicimos veteranos. Colocábamos sacos y trincheras por la frontera cuando un hombre encapuchado irrumpió en el lugar. ¿Quién eres tú? dijo Iván Creo que ya lo sabes. ¡Era Ianis! ¡Pero ahora cubríos! Una lluvia de bombas nos cayó encima. Me desperté tendido en mitad de una calle en ruinas, con muchos cuerpos sin vida a mi alrededor. Más allá alguien lloraba. Me acerqué a Victoria. Enfrente estaba Ianis tendido en el suelo. No, no, no, no, no, por favor Ianis despierta. No va a despertar dije sobresaltándola, ha caído como tantos otros en esta guerra, ese traidor nos está matando a todos. De repente oí un ruido detrás de mí, nunca olvidaré la imagen de aquel encapuchado apuntando con su pistola. Se quitó la capucha, y pude ver a aquel militar feo como él solo, el traidor. Me mostró una sonrisa llena de dientes amarillos, y dirigió su pistola hacia mí. Le oí decir: Felices sueños.

Pedro, arriba, no seas cansino que es lunes, corre, desayuna rápido que yo ya estoy vestida, dijo mi madre.

Samuel Núñez Romero - 6º EP A


EL REFLEJO DEL CIELO

Stella, una chica apasionada por la fotografía, volvía a su lugar seguro: el puente del parque principal de su ciudad. Le encantaba observar el reflejo del cielo en el agua e imaginar historias interminables que podría vivir si lograra entrar allí.
Era un sitio con mucha historia, tanto para ella como para los habitantes de aquella pequeña ciudad, pero, aun así, era un lugar poco visitado, ya que la historia que guardaba no siempre era positiva.
Mucha gente le decía que no fuera por ahí porque era un sitio maldito, pero, en cambio, ella sentía una fuerte conexión con él. Siempre iba a ese lugar para deshacerse del constante conflicto de emociones que habitaba persistentemente en su interior, cada vez más cansada de ocultarlo y de que la gente pensara que era una vaga por no tener ganas ni fuerzas para levantarse, salvo para dirigirse a aquel dichoso puente.
Eso había causado problemas con profesores, amigos y familia. Pero ella solo era una adolescente. ¿Qué tenía que ver? Pues que, gracias a ello, todo el mundo consideraba su malestar como una tonta etapa por la que todos los adolescentes pasan, una fase en la que nada les conforma o simplemente buscan problemas.
Esta vez, parecía que los problemas y el conflicto la seguían a ella, como si fuera un juego de pilla-pilla al que no podía ganar por más que lo intentara. Ni siquiera era una de esas niñas conflictivas que solo quieren llamar la atención; ella solo era una persona, con sentimientos de persona, tratada como menos que eso.
—Stella, levántate de ahí y ve a clase. Estoy harta de que pases el día tomando fotos a este estúpido puente —la voz de su madre resonó en el lugar vacío, haciendo que ella diera un salto.
—Sí, madre —dijo, recogiendo los complementos de la cámara y dirigiéndose a su escuela.
Estaba desganada, pero quería hacer sentir a su madre orgullosa, aunque su mente le dijera que hacer aquello la mataría.
No tenía mochila, ni papel, ni siquiera un mísero lápiz, pero, a pesar de eso, se abrió camino por los pasillos de su colegio hasta llegar a su aula.
Tocó la puerta y la abrió. Nada más entrar, todos sus compañeros estaban en sus asientos, mirándola y murmurando entre ellos. La profesora suspiró al ver que llegaba tarde de nuevo.
—Señorita, ¿puede esperar afuera? —dijo la profesora con decepción en los ojos.
Ella simplemente asintió, cerró la puerta y esperó lo peor.
Tras unos minutos escuchando cómo la profesora se despedía del resto de los alumnos, la vio salir del aula y mirarla de nuevo con esa decepción que parecía invadir los ojos de cada persona que la observaba. Ya estaba acostumbrada, pero aquello seguía haciéndola sentir una punzada en el pecho. A lo mejor todo era su culpa.
—¿Qué ha pasado hoy? —preguntó la profesora.
—Estaba en el puente… —respondió en un susurro.
La mayor frunció el ceño. Esta no era la primera vez que pasaba; de hecho, había ocurrido varias veces, pero ella lo veía como una manía tonta. Claro, de esas los adolescentes tenían muchas.
Después de varias regañinas por faltas de deberes y material, Stella se encontraba de vuelta a casa. Su cabeza era un lío, llena de pensamientos que no podía cortar e ideas que no la dejaban descansar.
Al llegar a su casa, tardaron en abrirle la puerta, como siempre, así que tuvo que esperar fuera, mirando el cielo y pensando en si ahí arriba todo sería más pacífico y bonito, si todo sería más claro y las preocupaciones de la gente serían importantes por igual.
Sus pensamientos fueron bruscamente cortados por el sonido de la puerta abriéndose.
Era su madre, quien solo la miró mientras abría la puerta, sin molestarse en saludarla. Stella entró en la casa y se quitó los zapatos para no ensuciar la moqueta con tierra.
Subió a su habitación y se sentó a hacer los deberes. Lo estaba intentando, pero nadie parecía reconocer su esfuerzo. Una vez terminó, decidió escribir en su diario antes de cenar.
"Querido diario:
Soy Stella otra vez. Tú pareces ser la única cosa que no está profundamente decepcionada de mí. Estoy haciendo un esfuerzo por no decepcionar a la gente, pero parece que ya me tienen marcada con una etiqueta difícil de quitar.
A veces pienso que tengo un problema real y luego me doy cuenta de que eso no existe, que solo soy una adolescente pasando por una pequeña etapa que desaparecerá con el tiempo…
Espero."
Cruzó los brazos sobre la mesa y apoyó la cabeza en ellos.
Una semana después
Esa mañana, Stella no tenía nada que hacer. Era puente y no tenía con quién quedar, ya que todos sus amigos estaban fuera, así que decidió salir a dar una vuelta para motivarse y hacer unas fotos del puente.
Preparó una mochila con agua y algunas cosas y salió de casa hasta llegar a lo alto del puente. Se sentó en el césped, debajo de un árbol cercano, y miró al cielo mientras ajustaba el objetivo de la cámara para enfocar bien.
Se levantó para ir a ver el agua que corría por debajo del puente. Observó el cielo reflejado en el agua y se puso a pensar…
"¿Será esa una entrada al cielo que nadie más conoce? ¿Podré olvidar todo y entrar por ahí?"
Se veía algo arriesgado, pero el conflicto de emociones dentro de ella le pedía a gritos un descanso…
"¿Será este su último puente?"

Este es un relato sobre un tipo de conflicto que no siempre se trata con la atención que merece ni se reconoce como un conflicto real: el conflicto emocional, que a veces se reduce a simples hormonas o "cosas de ser adolescente". Me gustaría poder hacer que la gente vea esto de manera diferente, como algo que no debe evadirse, sino algo que debe enseñarse.

Karla Bodero (2º ESO B)


RASTROS DEL SILENCIO

Hace algo más de un año, empecé a hablar con una chica de mi barrio y resultó ser alguien tan interesante, que en apenas un par de meses, acabé sintiendo por ella un amor enorme.
Era muy agradable pasar tiempo a su lado, ya que siempre sabía cómo utilizar cualquier situación para hacer de ella algo gracioso. Además de apasionarme lo observadora que era y el interés que mostraba hacia temas que cualquier adolescente pasaría completamente por alto. En resumen, me parecía una persona tan especial, que era imposible no admirarla.
Resultó ser alguien con quien era muy fácil mantener conversaciones de absolutamente todos los temas existentes; esto derivó a que pudiésemos pasar horas hablando y que parecieran minutos.
El tiempo fue corriendo y nuestra confianza creció en muy poco tiempo, por tanto, nos sentíamos seguros hablando de aspectos más personales. Ella me empezó a contar acerca de sus sentimientos sobre un tema con el que había estado cargando desde hacía un tiempo y aunque ella me lo expresase de otra manera, lo que le pasaba realmente era que tenía poca autoestima, además de sentirse diferente a los demás en algunas ocasiones, provocando en ella mucha tristeza. Y esto lo pude ir notando más, a medida que pasaba el tiempo; en cada duda constante que tenía sobre ella misma, o cada vez que pasaba por un lugar lleno de gente y se ponía nerviosa por lo que pudiesen pensar de ella. Pensamientos que sucediendo eventualmente son normales, pero que tan regularmente pueden llegar a ser dañinos.
Pasaban los meses y al igual que el calor iba disipándose, también lo hacía su sonrisa. Empezó a quedar con menos frecuencia con sus amigas para quedarse en su casa tumbada en la cama. Y encontrarla al día siguiente con los ojos hinchados tras haber pasado una noche derramando lágrimas, también se convirtió en algo habitual. Ella lloraba más que sonreía y yo me preguntaba cómo había sido posible. Un ser que llevaba consigo tanta luz, se estaba apagando y yo no había sido capaz de darme cuenta.
Me sentía agradecido, porque a pesar de todo, ella se seguía sintiendo bien cuando estaba conmigo y por esto, pasábamos mucho tiempo juntos. En una de estas veces, cuando la vi sin camiseta, pude observar su verdadera tortura. En su brazo había heridas, pero no unas cualquiera. Eran unas especiales, las que hablan de todo lo que se esconde en el interior, las que han sido un intento fallido de ocultar esas brechas mucho más profundas y significativas que no se pueden ver solo con mirar y de esas que muestran una saturación tan grande de lo interno que han tenido que pasar al plano exterior. Era obvio que la situación estaba empeorando.
Fueron muchos días los que pasé horas dando vueltas en la habitación, triste, enfadado y decepcionado porque ella no se había atrevido a más, a enfrentarse a esa oscuridad que la acechaba. En cambio, había aceptado que ese era su merecido y de alguna manera implícita, se había rendido.
Traté de hablar con ella, convencerla de que existían muchos más motivos por los que alegrarse que por los que deprimirse, pero era totalmente inútil. Se aferraba a una visión de la realidad muy reducida, en la cual solo podía ver que ella era el problema. Me negaba a admitir que ella, tan inocente, estaba en constante batalla consigo misma por una situación de la cual no podía tener el control y me dolía que ese sufrimiento estuviera fundamentado por el mundo exterior. Por todas esas personas que no echan la vista atrás cuando van andando en grupo y no se dan cuenta de que están dejando a alguien solo. Por todas esas personas que no abren un círculo mientras hablan aunque haya una persona intentando unirse. Por todas esas miradas, que sin decir nada, lo dicen todo. O por esas personas que prefieren juzgar antes que conocer.
Mis palabras, al igual que las de todas las personas de su alrededor, cada vez eran más insignificantes para ella. Estaba claro, había perdido totalmente el control sobre sus pensamientos. Y en ese punto, ¿qué se supone que tendría que haber hecho?¿Dejarla por no saber cómo lidiar con aquella situación?¿O seguir a su lado recordándole lo mucho que valía hasta que por algún motivo mejorase?
Llegó un momento en el que ya no la reconocía; no sabía quién era esa persona que no hablaba, que se pasaba el día cansada y que no tenía ganas de seguir adelante.
Sabía que ella cada vez se hacía más pequeña y los monstruos que la perseguían, más grandes. Acabó siendo realmente inocente pensar que no se la terminarían comiendo.
A día de hoy, sigo escribiendo mensajes a alguien que nunca más podrá responder a ellos. Alguien que se llevó con ella la sonrisa que iluminaba mis días. Alguien tan real a quien le tocó vivir en un mundo demasiado aparente.

Violeta García (4º ESO C)


BAJO LA LUZ DE LA LUNA, LA NIÑA BRILLÓ

La luna, que observaba en silencio desde la galaxia, una noche me contó una historia que trataba de una niña. Una niña que, al caer la oscuridad, le contaba su día:

“Recuerdo cuando la escuché llamarme por primera vez. Me asomé sigilosamente aquella madrugada. Ella estaba arrugada como una pasa, pero me capturó con su alegría, su esencia y su energía.
Ella me hizo sentir por primera vez. Me hizo sentir alegría, me hizo sentir tristeza y, por ella, desplegué un río de lágrimas sobre mi faz de plata.
El día que su vida dio un giro fue cuando le dijeron que su rumbo cambiaría y que su camino la llevaría a una ciudad nueva, fría, triste y oscura. Pero ella aprendió a amarla, convirtiéndola en su hogar. Lo único que la condicionó fue la necesidad de encajar en la sociedad.
Durante diez años fue condenada a recorrer el mundo, de ciudad en ciudad. Se llenó de cultura, de inteligencia, pero todo tiene otra cara de la moneda. Sufrió mucho por ser diferente, y aquella niña que me capturó por su felicidad se llenó de tristeza, que, como una manta, la arropaba. Perdió seres queridos que no pudo abrazar por la distancia, se acostumbró a que los que la rodeaban se marcharan y empezó a culparse a sí misma de todo lo que le pasaba. Yo la miraba mientras me contaba, y mi alma se partía en pedazos tan pequeños como escamas. No hay palabras para describir su dolor. Cargaba tanto que un día casi se dio por vencida, pero, en su fracaso, decidió luchar por aquellos que, como ella, un día no tuvieron fuerzas para gritar.
Su rumbo cambió y volvió a su ciudad natal, donde siguió su lucha. Los profesores siempre decían: ‘Son cosas de niños’, pero ella, por experiencia propia, sabía dónde terminarían esas ‘cosas de niños’. Empezó a gritar por todos, mientras los adultos la llamaban ‘la salvadora’ de manera despectiva, pero a ella le daba igual. Sabía que hacía lo correcto, y yo se lo decía mientras veía el dolor de otros niños que como ella sufrían.
Hizo lo posible por conseguir lo que algún día se pensó que era imposible. Alzó tanto la voz que todos la escucharon y, entre sus gritos de ayuda, se escuchaban susurros de otros niños. Esa noche me lo contó llorando y, orgullosa de ella, le sequé las lágrimas, deslumbrando sus preciosos ojos, que cargaban más luz de la que yo pudiera reflejar. Por primera vez después de mucho tiempo, sus ojos volvían a brillar.
La niña aprendió a quererse, empezó a ponerse delante y a poner límites, aunque dolieran. Ella sabía lo que la convencía y lo que no. Se enfrentó cara a cara con sus
miedos, desprendiéndose de ellos. Aprendió que todo el mundo, a su manera, es perfecto y que ella no tenía por qué encajar. Sus diferencias eran lo que la hacía destacar en la sociedad, y eso la hacía tan única y preciosa. Luchó por todo lo que creía correcto. Decidió no volver a callar, siempre y cuando respetase a los demás. Encontró su propósito, lo que la llenaba, y eso era encontrar la felicidad para regalársela a los demás. Jamás robar ni permitir que nadie robara una sonrisa a su igual, porque entendió que nadie es mejor que nadie.
Aprendió a quererse para querer. Encontró el amor en los pequeños detalles, hasta en los bichitos que se le posaban inocentemente encima, es tan pura. Convirtió su dolor en su mayor virtud y, sin darse cuenta, volvió a ser esa niña llena de alegría, tanta que tenía para repartir, pero esta vez brillaba. Brillaba tanto como yo.”
Me eché a llorar mientras la luna me miraba con sus luceros aguados y me secó las lágrimas, que al tacto me recordaban a algo. Y me dijo:
“¿Es que no te acuerdas?”

La abracé más fuerte que nunca y, mientras se desvanecía entre mis brazos, me dijo:
“Ya puedes seguir sola. Jamás dejes de luchar ni de brillar, mi niña.”

Vesta - Ana Martín Romero (2º Bachillerato E)